viernes, 2 de marzo de 2012

EL PAISAJE

Al tiempo le ha ido saliendo un niño a lo lento. Esa incómoda pregunta, ese no estarse quieto en las posturas le ha dado por revolverse y se ha quedado quieto. La ingenua inquietud del niño va madurando en angustias de niebla. En certezas sin fundamento de lágrimas sin motivo. Cuando la pérdida cuaja su derrota todo regresa a la emoción de la ceniza, esa ceniza infantil, pavesa de nuevas inquietudes porque después no hay nada. Entonces las tardes volverán a ser del tiempo, el niño ira aprendiendo a correr, a volar por su aire como una mariposa de luz. Ahora que las noches son más negras el fuego es más luminoso. Y en este bucle de miedos se van doliendo, como quien entierra a un gato, las ilusiones medias. Sólo queda lugar para la ceniza. Sólo existen ingenuidades de mermelada, instantes con que eternizar los efímeros segundos. Ojos con que mirar a los ojos, comenzar a llamar a las cosas por su nombre. El tiempo con su niño de la mano ha llegado, otra vez, para quemar el paisaje.

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