viernes, 8 de junio de 2012

EL GATO

"Llamas amor a consentir el daño
que hace tu corazón cuando se siente
latir en otro corazón extraño".
José Bergamín.


Deseando que todo fluya –desear es eso- perseguimos las noches con la saliva a cuestas. Pero la piel es un gato, sus ojos de carmín como las miradas de paso. El dolor es un juguete sin normas, una herida en forma de hielo, de sonidos llenos de nariz, labios y el sabor dulzón del vino después de las comidas. El mundo puede volar tras un contacto imaginado. Ese cuchillo que brota del tiempo retenido tiene sus fórmulas. Sin preguntas no hay respuestas. Por eso el humo hace llorar con su excusa de ojos. Seguimos caminando hacia el mañana para domeñar el convulso presente. Al final la saliva cae y nos delata la sonrisa refugiada en los tímidos armarios. Desnudos, con el viento sobre la cama, no vemos los motivos del debería. Sin ternura nace la culpa. El beso es inocente –nunca se gastan dijiste- porque emergen del instinto de la luz. Y todo se oscurece, se apenumbra, se convierte en soledades. Allí, cuando el aliento se aprieta en sus quejidos de goma, pasan cosas que acaban pasando. El gato se va, vuelve el frío y la ropa nos regresa hacia la culpa.

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