martes, 18 de diciembre de 2012

LA PORRA

Hacer la cama es borrar el tiempo. Al entrar en la habitación –con olor a sueño todavía- he encontrado tiempos de otros lugares entre las sábanas. Aceite de porra que tomaba por Vallecas en tiempos de mi abuela. Eran las excursiones con recargo del cole de mayores. Yo solía huirme de las prácticas visitando la sordera de un telefonillo mudo, aburrido por la desgana de las viudas y la falta de pila de los audífonos. Mi abuela no solía abrirme. Volvía a mis libradas con la sensación de charco que dan las tardes de noviembre (tardes de posguerra) andando por Vallecas. Ciegas que venían con su recibo de luz a golpearnos la lectura metafórica de las cosas. Bibliotecarias que eran madres-libro (mucho mejor que los hombres tomo de Bradbury) amamantando a los lectores con sus enormes pechos de Daniel Steel. Aquellos lugares de barro vuelven cuando llega un domingo atravesado, domingos que existen gracias al frío, a la noche revuelta y a películas basada en hechos reales. Son días tarde/noche, de café y lagrimones que ellas justifican con la regla y nosotros con la tortilla pinchada en un fútbol. Setenta y cinco pesetas chico me pedía un señor por la aceitosa. Ahora son los chicos los que me llaman señor cuando les doy la porra del libro, el churro de Ángeles que este finde fue el Caso. Dejé la cama sin hacer para llegar a Don Benito donde pusieron a Valle Inclán en su teatro imperial (mitad asonante mitad esperpento). Algo se ha cortado porque el aceite ya no quema.

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