Le daré una frase vacía a
este sonido para no parecer pesado. Para no repetir la emoción de golpe -la
tristeza enfada- que la repetición y el golpe van sinonimándose. La tristeza,
reconocer lo solitario en la soledad, llega donde la palabra no puede. Es el último
escondite donde llorarnos tranquilamente. Allí jugamos con nuestra memoria y a
veces sentimos la necesidad del otro, de tirar la piedra y esconder el gatillo,
pero allí sigues estando tú. Allí crujen nuestras miserias con la prisa de la
angustia -también el oxígeno tiene su límite- olvidando que existen óxidos
maravillosos. Detrás de todo hay un nada que se esconde. Somos un yo limitado,
un grito que agita los brazos y no entiende que también el hueco
esté vacío. No somos más que el ansia de un momento. La prolongación de un
instante que dice tu nombre. Sólo desde el roce es posible el contacto. Esa es
la importancia de la piel, la trascendencia del beso que moja.
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