miércoles, 3 de septiembre de 2014

LA CUCHARA

A veces escribir pide paciencia, darle tibieza al ritmo hasta encontrar la cuchara que llevarnos a la boca. Por eso se piensa en el calor, ese camino hacia la gruta de la piel. Una ventana abierta hacia la belleza del ahora, que en septiembre, es una belleza tardía, como si la piscina no dejase ver el sol, como si la prisa de la vacación se olvidara el calendario en la cartera de nadie. Septiembre tiene la belleza de lo tarde, de las tardes, de los parques a las cinco de la tarde que es cuando sufren los parques. La belleza tardía es el último esfuerzo de la belleza. Se despereza como un gato para recuperar la fiebre de la siesta, el movimiento del muslo sobre la sábana. Septiembre es un beso que no se da nunca, ese dolor olvidado que es el dolor que no se olvida. Septiembre con su calor furtivo de verbena, con su escozor de lágrimas y su nudo en la garganta, es el tema, la escritura recurrente, las ganas de contar las cosas que no se cuentan. Es la pregunta, el asesinato y guardar el cadáver. Septiembre es el viaje, la huida, el coleccionable repetido, la repetición de la vida. Septiembre es la otra vez de casi todo, ese insoportable lastre de la emoción conocida que nunca es igual. Septiembre es un ansia de lo que no se tiene, un marzo invertido, una mujer sin fuerzas para romper el odio que le ata los labios. Septiembre es el mes de la mujer, niños tocando su violín de padres, gruta de lana donde se esconde la muerte, una pregunta rota, una astilla de pétalos y un así de rupturas porque septiembre dura siempre la mitad. Es un tiempo sin lugar donde la caricia suple a la mirada, donde los ojos brillan con la hermosura de lo triste, donde el tiempo acumulado desinfla su bulto y los ojos supuran el instante pensando en el enredón de salivas secas que se marchitaron encima del reloj. Septiembre, sudor y viento, cuchara impaciente donde escribir lo tibio.

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