viernes, 29 de junio de 2018

EL BLANCO

"[...] aquí, no hay espacio para crecer más".
Alicia en el país de las maravillas.
Lewis Carroll.

Desde la conciencia de una hormiga se miran mejor las estrellas. Se atisba la conciencia, brilla el tiempo con su escombro y la piel importa lo que dura el hielo que lo tersa. El hielo es el reloj del verano. Lo que dura una tarde en una terraza, lo que dura la risa en una canción, lo que dura un orgasmo en lo furtivo. El hielo puede quemar. La nieve calienta las manos del fraude. El blanco -el verano es blanco- prolonga la brisa hacia noches de luz, noches luminosas que brillan con sonido. La luz viene del grillo que titila su estrella. De brisas de oriente con peine de abuelas. De memoria olvidada en la saliva de un pecho. La claridad siempre es oscura. Yo hablo de luz. De ese juego de sombras que pide su cal y su calma. El blanco es el sonido de la siesta, de las fachadas listas para el tiro, para la violencia de la mancha. La violencia tiene ritmos y arrugas. La arruga, lunares que llenan de blanco la pelambre, posando el verano sobre la vida, con su armonía lenta de cutícula. La hormiga cruza el blanco, evita el hielo y la sal. La hormiga, en su seguridad desconocida, huele la diferencia y sale a tantear la fruta. Y sin embargo se mueve. No necesita la indiferencia. Esa hormiga blanca, que uno envidia a veces.

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