viernes, 9 de junio de 2023

LA UÑA

A María y Mónica,

público de uñas.

 

El cartel, de un rosa desteñido, situaba el Karaoke tras un giro de flecha hacia ninguna parte. “Debe ser aquí”, me dije. Ante mí, aparecía una gruta comercial bajo un bloque de pisos, algo impropio para que voces descarriadas aplaquen sus nervios. Transité un corredor que se oscurecía con precauciones de emboscada. Nada. Justo al final se abría otro a la izquierda, de iguales dimensiones. La penumbra se rompía a lo lejos por una luz británica que manchaba el suelo con timidez. Parecía cerrado, pero estaba abierto. “Buen síntoma”, pensé. Un paisaje nebular, una claridad confusa, mostraba un deje a casino acharolado. Madera bruñida por décadas de humo, ensombrecían el local. La barra de herradura, acolchaba los vértices con escay de autobús, rajado a veces por pellizcos de mechero. Emplastos de chicle cauterizaban la espuma, como hernias de mármol fingido. “Ahorá sé donde se retiraron los Corleone”. Dos octogenarios se ocupaban de aquel nido de traumas. Abultados sonotones les conferían aspecto a secretas trasnochados, como si el casting de El Vaquilla fuese allí. El centro de aquella decadencia era una mujer de pechos horizontales que se derramaba sobre la barra. A su derecha un hombre de piel cetrina y gorra de los Bulls, la chillaba con cariño. Quién sabe qué tragedia escondía ese ahorita etílico. Quién sabe cuántos kilómetros, cuántos familiares y cuántos agravios, tenía delante. Comprendemos que el calzador quiere ser cuchara, cuando entramos en un Karaoke. Que la confidencia púrpura del alba nace bajo un LED quemado. Compruebas que la tolerancia y el egoísmo se dan la mano en un Gyntonic, mientras esperas impaciente a que suene tu canción. Cada cual pasa el trago como puede. Algunos apuestan a un amor, otros beben con odio por algo que olvidaron. Hay quien tira de romanticismo y aquella balada que me sé. A la izquierda tres hombres vestidos de corbata, y ya en camisa, agitaban carcajadas con amagos de sifón. A la derecha, una barandilla sin un barrote, delimitaba un escenario de Joselito. Sobre el techo bajo, giraban luces camaleónicas con rapidez hipnótica. Trazos para una atmósfera de autos de choque y adolescencia con padre alcohólico. “El escenario es chiquito, ah”, dijo el achaparrado hombre de la gorra. Allí todas las voces se igualaban por una reverb excesiva, que las diluía en un ruido informe. Cualquier canción parecía la fiebre sonora de sí misma. Cantantes astigmáticos agonizaban letras perdidas en vídeoclips desteñidos, que se cortaban antes de tiempo. Yo estaba allí. Las “Reglas del Karaoke” recordaban la “prohibición de acceder al local con fiebre”. A la izquierda, las paredes se recogían como reservados. Disposición, iluminación y clientela, apuntaban a otro tipo de negocio. Lo reconozco, no tuve valor para ir solo al servicio. Pedí una cerveza mientras miraba la mugre que oscurecía las uñas del camarero. “Parece una tortuga”, alborotó el grupo encamisado. Corleone, con intuitiva venganza, se obstinó en sobar el gollete de mi tercio. No hizo caso al “mejor un botellín”. Dio igual, allí se bebe a chorro de inconsciencia. Cinco veces pedí la canción. El galápago muteaba su oído tras cada manoseo. Aquella atmósfera sin tiempo, aquella nebulosa de carretera hacia el baño, me embriagó. “¿Qué canciones tienen?”. Subió el volumen para entenderme que un deslustrado código QR facilitaría el repertorio. Mari Trini -claro-, Nino Bravo y Manolazo Escobar. Rancheras de Bertín Osborne, Julio Iglesias y “Abrazadito a la luna” de Juan Pardo. El parnaso verbenero desplegado en un PDF, con faltas de ortografía y anhelos de Excell. “Así no hay quien elija”, y entendí que Netflix nació en un Karaoke. “Pues Historias de amor, entonces”, le dije al menor de los Corleone cuando pausó su cara tras pedir Manu Carrasco. OBK marcaba la modernidad del repertorio. “Tranquilo, disfruta”, pensé. Asumí aquella vaharada mágica como premio a la imprudencia, y enfilé al escenario. Bajo el monitor que pasaba las canciones, un folio rezaba: “Se traspasa este negocio”. Repasé mis cotizaciones, en un segundo triunfal, para que un silencio expectante me conminase a susurrar: “Si pudiera demostrar...

2 comentarios:

Juan Carlos Usó Arnal dijo...

Uf! Has sabido describir como nadie esa atmósfera de decadencia en estado puro. Me ha gustado!

jonassanchezpedrero@yahoo.es dijo...

Muchas gracias Juan Carlos!!! Y qué alegría verte por aquí. Habrá que cantarse a Los Burros... ¡Un abrazo fuerte!