martes, 12 de marzo de 2024

LA NARANJA

El cristal tiene distancia. Con su arrogancia transparente, profesa, pero no deja pasar. A veces se instala un ánimo así. Despiertas y te sitúas en la praxis -situarse es eso-, donde la conciencia te dispone a vivir. Sin entrar en concavidades ni convexiones, el cristal aporta un engaño térmico como un polvo que brilla a través de la piel. Basta. Ahora hay que leer esto varias veces. Hay que situarse en la emoción de un mensaje sin transparencia como la sutileza que cubre la luz. No hay prisa por aquí. Debajo de la alfombra está la noche. En el abrazo absurdo, como en la vida, hay calores sin cuerpo, temperaturas de cristal anónimo que guían hacia focos sugerentes. Para otra vez lee despacio. Vuelve a tirar el cubo a tu reflejo de agua. Hay fragmentos de misterio que la lengua encuentra como ceniza humana por la boca vacía. Lo inesperado de esa luz dental despierta el asombro y piensas en el vidrio infinito. Cristales como telones, como sangre de un corte por romper. Lenguajes en espera, intuiciones de perro como micelios que se desprenden cuando acaricias a un gato. La mirada de un gato parece mirar a la frente de las neuronas que brotan en el fresno. El ojo tiene tanta literatura que nadie mira ya su escaparate. Nadie entiende que el iris no es más que media naranja cristalizada por la dificultad del amor -ahí dejo la chorrada-. Hay espejos con honestidad de policía, que disparan preguntas de reflejo opaco. Somos nuestro miedo, nuestro interrogatorio de piedra sin tirar. Nuestra huida hacia adelante con relevos de granito donde brillá un ojalá. Hay complejidad en el tiempo. La palabra aveces cambia como el mercurio y su ánimo de jabón recién pescado. La ternura escapa, atraviesa el cristal sin romperlo como sabemos los presos. Hay miradas inaccesibles, lenguajes transparentes que evitan el filo del anonimato. Anonimato suena a cadáver creativo y eso no hay quien lo regale. A veces, el más allá está en un estante como el polvo de una fotografía. Contemplar el cristal. Entrar en su intestino. Mirar por el microscopio de la conducta antes de lanzar la piedra que nos delate, para regresar al silencio con claridad (mi lengua busca tu cuello entre mis dientes y solo encuentra uñas de carmín). Desde la confusión pregunto a las lentes si son algo más que vidrio, si también hay que mirar a la mirada desde Duchamp. Magritte no era Magritte. Magritte era una pipa transparente, un bombín enamorado que besaba los pliegues porque sabía que allí vive el amor. Hay que fallar para creer en el acierto. Hay que bordear la paradoja para saborear su rotondura. Hay que quemar el verbo haber para saber que no hay más que auxilio en los pilares. Sigo a los espejos por la espalda. Continúo sus reflejos de luz con vuelos de palabra. “Más adentro había intemperie como un agujero místico que atraviesa el cristal de la metáfora. Oigo las voces que ocurren dentro. Observo el pasado cuando miro a las estrellas. Aprendo de su luz inexistente, de su presencia de cristal en continua pregunta.

No hay comentarios: